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domingo, 6 de abril de 2008
¿Por qué Barack Obama?
¿Por qué Barack Obama?
jmedina@milenio.com
Dejemos un poco la Babel política nacional. Volvamos al tema de la sucesión presidencial en Estados Unidos y, en lo particular, a la contienda en el Partido Demócrata, más cerca ideológicamente de los sectores progresistas mexicanos, aunque más lejos, dicen algunos, de los intereses nacionales.
Y empecemos por lo evidente: el asunto del género y de la raza parece latir con fuerza en el corazón de las elecciones del Partido Demócrata, en esta batalla sin tregua por la candidatura a la presidencia. Lo puso en evidencia en la primera fase de la campaña electoral interna la propia Hillary Clinton, con sus lágrimas de rabia al verse, inopinadamente, opacada en el firmamento por la estrella de Barack Obama.
Luego hizo renunciar en el mejor estilo de los Clinton a Geraldine Ferraro en su puesto honorífico en la campaña, para evitar que sus declaraciones —aquellas en el sentido de que la Obamamanía era por cuestiones de género, más que por cuestiones de raza— le afectaran entre la opinión pública, cuando todo mundo supo que tal creencia provenía de la misma candidata.
Pero con todo lo importante y cierto que puede ser este asunto, la batalla en el Partido Demócrata es una cuestión que va mucho más allá del género y de la raza, y además, rebasa las fronteras partisanas.
Por una parte, tiene que ver con la bélica e histórica agenda de Estados Unidos, y, por otra, con un clima cultural resultado de una coyuntura larga que viene desde la guerra de Vietnam hasta la guerra de Irak. Una coyuntura en la que los problemas externos y domésticos han ido escindiendo de manera cada vez más grave al país.
En efecto, la actual contienda electoral confluye en un momento en el que la sociedad hereda una serie de problemas derivados de las guerras en las que se han visto involucrados, por asuntos de tipo religioso y de orden cultural y, por supuesto, por cuestiones raciales. Todo ello, en un entorno de estulticia de la política y de corrupción del discurso de los actores de la vida pública.
Como es sabido, en la sociedad estadunidense, el argumento de su vocación belicista suele ser moneda corriente. Pero como toda moneda, tiene dos caras. Aunque haya la idea arraigada de que en cada ciudadano de aquel país encontramos un adorador de Marte, puede que tal sentimiento no sea totalmente exacto. Más bien en la sociedad hay al respecto una extrapolación entre aquellos que no quieren que Estados Unidos siga siendo el guardián del mundo, por no decir que el policía por antonomasia del planeta; y quienes creen que, justamente, por esta conducta viven bajo la amenaza latente de los ataques terroristas y, por lo mismo, apelan a la reducción de esa beligerancia, que a toda costa pretende imponerse como el sello de herrar en la mentalidad colectiva de la sociedad.
No es casual que tal condicionamiento colectivo, moral o cultural lleve a parte de ella a ver la guerra de Vietnam, por lejana que pueda parecer, como un espejo donde se reflejan todos los efectos perniciosos que ahora empieza a producir crecientemente la invasión en Irak. Un dato: John Kerry, ex combatiente de Vietnam, siendo un mejor candidato que George Bush, debió en parte su derrota a que su discurso político y su propia biografía tocaron los nervios colectivos de una sociedad marcada por una guerra que en Estados Unidos pocos quieren recordar, y que, sin duda, ha mantenido a esa nación en un largo cisma.
Como ha escrito el editor de The Atlantic, Andrew Sullivan, con el 11 de septiembre, Bush desperdició la oportunidad de unir al país. Por el contrario, con la guerra de Irak lo que ha hecho durante estos años ha sido polarizar a la sociedad y establecer en perspectiva un escenario como el que se vivió durante la guerra de Vietnam.
Los estadunidenses, las nuevas generaciones, evidentemente no quieren eso. Escribió Sullivan que los resultados de estas elecciones podrían potenciar ese ciclo largo de división en el país, y lo que es más grave, heredarlo a las nuevas generaciones.
Se trata, por lo tanto, de que el país entienda bien la disyuntiva a la que se enfrenta, y seleccione quién, en la presidencia de Estados Unidos, puede acabar con este antagonismo que concentra rencores, diferencias, temas y personajes de la vida política más reciente, y que, de regresar a ellos, las llamas se avivarían.
Un país que ha vuelto vulnerable su sistema constitucional, que pasa por uno de los momentos de mayor desprestigio como modelo cultural y político, cuyo conservadurismo y beligerancia concita el odio y la amenaza de numerosos enemigos, necesita, creo yo, una personalidad como la de Barack Obama, que muestre el lado moderado y apacible de la sociedad estadunidense, de una sociedad que valora y respeta la integración racial en un hombre blanco-negro, de origen musulmán; una figura con el liderazgo de Barack Obama, capaz de tender los puentes que sitúen a Estados Unidos de cara al futuro, resolviendo los conflictos que enfrenta su país, sin rencores ni resentimientos, sin los prejuicios, sin las flaquezas y sin las actitudes inconsistentes de los gobernantes más recientes.
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Fuente: ABC.es